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El estudio de la metamorfosis, de Ovidio (página 2)



Partes: 1, 2

Ifis

La fama de ese nuevo portento las
cien ciudades quizás de Creta hubiese llenado, si los
prodigios poco antes de Ifis mutada, más cercanos, no
hubiese sufrido Creta. Próxima al reino gnosíaco,
en efecto, en otro
tiempo, la tierra de Festo engendró, de
nombre desconocido, a Ligdo, hombre de la plebe libre, y no su
hacienda en él mayor era que su nobleza, pero su vida -y
su crédito– inculpada fue. El cual, a los oídos de
su grávida esposa, con las palabras estas le
advertía cuando ya cerca se hallaba el parto: 675"Lo que
yo encomendaría dos cosas son: que con el mínimo
dolor te alivies, y que un varón paras. Más onerosa
la otra suerte es y fuerzas la fortuna le niega. Cosa que
abomino, así pues, si ha de salir acaso una hembra de tu
parto, -contra mi voluntad te lo encargo: piedad,
perdónamelo- se la matará." Había dicho, y
de lágrimas profusas su rostro bañaron tanto el que
lo encargaba como a la que los encargos eran dados. Pero aun
así incluso, Teletusa a su marido con las vanas
súplicas inquieta de que no le ponga a ella su esperanza
en esa angostura; cierta la decisión suya es, de Ligdo. Y
ya de llevar apenas capaz era ella su vientre grave de su maduro
peso, cuando en medio del espacio de la noche, bajo la imagen de
un sueño la Ináquida ante su lecho, cortejada de la
pompa de sus sacramentos, o estaba o lo parecía: puestos
en su frente estaban sus cuernos lunares, con espigas rutilantes
de nítido oro, y con su regio ornato; con ella el ladrador
Anubis y la santa Bubastis, variegado de colores Apisa, y el que
reprime la voz y con el dedo a los silencios persuade; y los
sistros estaban, y nunca bastante buscado Osiris, y plena la
serpiente extranjera de somníferos venenos.

Entonces, como a una que se hubiera
sacudido el sueño y viera lo manifiesto, así se le
dirigió la diosa: "Parte, oh Teletusa, de mis seguidoras,
deja tus graves pesares y a los mandados de tu marido falta; y no
duda, cuando de tu parto Lucina te aligere, en recoger lo que
ello sea. Soy la diosa del auxilio, y ayuda cuando se me implora
llevo, y no te lamentarás de haber adorado a un numen
ingrato." Le aconsejó, y se retiró de su
tálamo. Contenta se levanta del lecho y levantando sus
puras manos suplicante la cretense a las estrellas, que sus
visiones sean confirmadas suplica. Cuando el dolor creció
y a sí mismo se expulsó su propio peso a las auras,
y nació una hembra, sin saberlo el padre, ordenó
que se le alimentara su madre mintiéndola niño;
crédito la cosa tuvo y no era del fingimiento
cómplice sino la nodriza. Sus votos el padre cumple y el
nombre le impone de su abuelo: Ifis el abuelo había
sido.

Se alegró del nombre la
madre porque común era y a nadie se
engañaría con él. Desde ahí
emprendidas las mentiras, en ese piadoso
fraude quedaron ocultas:
su tocado era el de un niño, su cara la que si a una
niña, o si la dieras a un niño, fuera hermoso uno y
la otra. El tercer año mientras tanto al décimo
había sucedido, cuando tu padre, Ifis, te promete a la
rubia Iante, entre las Festíadas, la que más
alabada por la dote de su hermosura fue, la virgen, nacida del
dicteo Telestes. Pareja la edad, pareja su hermosura era, y las
primeras artes recibieron de unos maestros -los rudimentos de su
edad- comunes; de aquí que el amor de ambas alcanzara su
inexperto pecho, y una igual herida a las dos hizo, pero era su
confianza dispar: el matrimonio y los tiempos de la pactada
antorcha ansía, y la que hombre piensa que es, que su
hombre será cree Iante; Ifis ama a una de quien poder
gozar no espera, y aumenta por ello mismo sus llamas y arde por
la virgen una virgen, y apenas conteniendo las lágrimas:
"¿Qué salida me espera", dice, "de quien conocida
por nadie, de quien el prodigioso pesar de una desconocida Venus
se ha adueñado? Si los dioses me querían salvar,
salvar me habían debido, si no, y perderme querían,
un mal natural al menos y de costumbre me hubiesen dado. Y a la
vaca no el de la vaca, y a las yeguas el amor de las yeguas no
abrasa; abrasa a las ovejas el carnero, sigue su hembra al
ciervo; así también se unen las aves, y, entre los
seres vivos todos, hembra arrebatada por el deseo de una hembra
ninguna hay. Quisiera que ninguna yo fuera. Para que no dejara
Creta, aun así, de criar todos los portentos, a un toro
amó la hija del Sol, hembra desde luego a un macho: es
más furioso que aquel, si la verdad profeso, el amor
mío; aun así, ella seguía una esperanza de
esa Venus; aun así ella, con engaños y la imagen de
una vaca, sintió al toro, y había, al que se
engañara, un adúltero. Aquí, aunque de todo
el orbe la destreza confluyera, aunque el mismo Dédalo
revolara con sus enceradas alas, ¿qué había
de hacer? ¿Acaso a mí muchacho, de doncella, con
sus doctas artes me volviera? ¿Acaso a ti te
mutaría, Iante? Por qué no afirmas tu ánimo
y tú misma te recompones, Ifis, y carentes de consejo y
estúpidos rechazas unos fuegos. Qué hayas nacido,
ve, si no es que a ti misma también te engañas, y
busca lo que lícito es y ama lo que mujer debes. La
esperanza es quien lo capta, la esperanza es quien alimenta al
amor: de ella a ti la realidad te priva: no te aparta una
custodia del querido abrazo, ni de un cauto marido el cuidado, no
de un padre la aspereza, no al tú rogarla ella misma a
sí se niega, y no, aun así, has de poseerla
tú, y no, aunque todo ocurriera, puedes ser feliz, aunque
dioses y hombres se afanen. hora incluso, de mis votos, ninguna
parte hay vana y los dioses a mí propicios cuanto pudieron
me han dado. Lo que yo quiere mi padre, quiere ella misma, y mi
suegro futuro; mas no quiere la naturaleza, más potente
que todo esto, la que sola a mí me hace mal. He
aquí que llega un deseable tiempo y la luz conyugal se
acerca, y ya mía se hará Iante… Y no me
alcanzará: tendremos sed en medio de las ondas.
¿Por qué, Prónuba Juno, por qué,
Himeneo, venís a estos sacrificios, en los que quien nos
lleve falta, donde somos novias ambas?"

Calló tras esto su voz. Y no más lene la otra
virgen se abrasa, y que rápido llegues, Himeneo, suplica.
Lo que pide, a ello temiendo Teletusa, ya difiere los tiempos,
ahora con fingida postración la demora alarga, augurios
muchas veces y visiones pretexta; pero ya había consumido
toda materia de mentira y, dilatados, los tiempos de la antorcha
apremiaban, y un solo día restaba: mas ella la venda del
pelo a su hija y a sí misma de la cabeza detrae y sueltos,
al ara abrazada, los cabellos: "Isis, el paretonio y los
mareóticos campos y Faros, tú, que honras, y
distribuidos en siete cuernos el Nilo, presta, te suplico", dice,
"tu ayuda y remedia nuestro temor. A ti, diosa, a ti misma hace
tiempo, y tuyas estas enseñas, vi, y todo lo he
reconocido, el sonido y el séquito de bronce… De los
sistros y en mi memorativo corazón tus mandatos
inscribí. El que ella vea esta luz, el que yo no sufra
castigo, he aquí que consejo y regalo tuyo es.
Compadécete de las dos, y con tu auxilio nos ayuda."
Lágrimas siguieron a esas palabras. Pareció la
diosa que movió -y había movido- sus aras, y del
templo temblaron las puertas, y que remedan a la luna, fulgieron
sus cuernos, y crepitó el sonable sistro. No tranquila,
ciertamente, pero del fausto augurio contenta, la madre sale del
templo; la sigue su acompañante, Ifis, al ella marchar, de
lo acostumbrado con paso más grande, y no su labor en su
rostro permanece, y sus fuerzas se acrecen, y más acre su
mismo rostro es, y más breve la medida de sus no
acicalados cabellos, y más vigor le asiste que tuvo de
mujer. Pues la que mujer poco antes eras, un muchacho eres. Dad
ofrendas a los templos, y no con tímida confianza
alegraos. Dan ofrendas a los templos, añaden
también un título; el título una breve
canción tenía: "Estos · dones · de
· muchacho · umplió · que · de
· mujer · votó · Ifis". La posterior
luz con sus rayos había revelado el ancho orbe, cuando
Venus y Juno e Himeneo a los sociales fuegos concurren, y posee,
de muchacho, Ifis a su Iante.

Bibliografía

El estudio de la metamorfosis, de Ovidio,
es un resumen tomado del escrito en la página web:
http://www.imperivm.org/ (La mejor pagina de la historia
del Imperio Romano).

Petit, Eugene: Tratado Elemental de
Derecho Romano, Editora Dalis, 1998

 

 

Autor:

Ing.+Lic. Yunior Andrés Castillo
S.

"NO A LA CULTURA DEL SECRETO, SI A LA
LIBERTAD DE INFORMACION"®

Monografias.com

Santiago de los Caballeros,

República Dominicana,

2015.

"DIOS, JUAN PABLO DUARTE Y JUAN BOSCH – POR
SIEMPRE"®

Partes: 1, 2
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